Bienvenidos a Radio City

Bienvenidos a Radio City

Maria Rotger

Escucha esta y otras historias en mi podcast:

Probemos a… "Elegir" Buscadores de magia con Maria Rotger

https://mariarotgerauthor.com/probemos-a-elegir/Probemos a pretender que hemos elegido nuestra vida y centrémonos en dar cada siguiente paso. Lee el texto aquí Texto y voz Maria Rotger Fuster
  1. Probemos a… "Elegir"
  2. La caja bajo el árbol
  3. Probemos a… "Arrepentimiento"
  4. Bienvenidos a Radio City
  5. Los invitados de la señora Finn

Copyright © 2022, Maria Rotger Fuster

Bienvenidos a Radio City – Parte 1

“¿Cómo estás, Betty?”, me habla una voz exageradamente alegre.

“Bien, muchas gracias por invitarme”, respondo –reconozco que incómoda e insegura– mientras me giro hacia la Voz.

“¡Claro! Nos encanta presentar historias de personas anónimas y más tan jóvenes cómo tú. En un momento pasarás al estudio, espera aquí, ¿necesitas algo?”, es una mujer de unos veinte años que parece muy feliz y habla muy rápido.

“Disculpa, no sé a qué historia te refieres. ¿Quieres decir mi novela, ¿no?”.

Ya no me escucha, alguien la ha llamado, se gira hacia no sé dónde. ¿Está disimulando, cambiando de tema? No soy tan joven, tengo diecisiete años, poco más que ella.

“Perdona, Betty, tengo que irme, pero hablamos en nada”, se marcha, pero se gira una última vez sin detenerse, “¡qué ilusión!”. ¿Por qué no me lo creo?

Me siento en la sala de espera, donde algunas personas están mirando sus móviles. Veo a un señor cogiendo un periódico y me llama la atención una niña que está leyendo un libro. Parece triste o, al menos, emocionada. Es una suerte que haya personas que no miran el móvil todo el rato. La niña sí que es joven, ¿doce años? Me parece familiar, me hace sentir bien. Puede que sea su tristeza la que me hace sentir como en casa.

Decido no sacar mi libro ni mirar mi móvil ni mirar a nadie más. Decido no hacer nada, simplemente esperar.

Hay un televisor encendido con las noticias puestas. No me interesa nada. De nuevo, no me creo nada.

“Hola, ¿Ricardo?”, un hombre pregunta mientras busca con la mirada entre los que estamos esperando.

El señor del periódico lo deja y se levanta mientras sonríe, sin decir nada. Todo parece misterioso, el silencio, las miradas, lo que ha dicho la presentadora sobre “historias de personas anónimas”, que todavía no entiendo. Yo he venido a hablar de mi novela, pienso dejarlo claro.

Miro otra vez a la niña, que sigue triste o eso me parece. Supongo que no está sola, habrá venido acompañada de alguien mayor, pero parece que nadie está en esta sala con ella. Deben estar entrevistando a su acompañante, que imagino que es una “persona anónima”, sonrío sarcástica durante medio segundo y me avergüenzo pensando que alguien puede haberme visto sonriendo sola, así que me giro hacia la ventana.

En el vidrio, veo a la niña recolocándose en su silla, dejando así la portada de su libro a la vista. Leo el título reflejado como un espejismo, Nadie te hace caso.

Automáticamente, mis pensamientos me transportan hasta mi niñez.

“Nadie te hace caso, Elisabeth”, mi padre me dijo al encontrarme llorando en la cocina una tarde que yo creía que no había nadie en casa. “Porque tu eres como yo, estás más dentro de ti que fuera. Por eso pasas desapercibida”. Sin dejar de sentirme tan mal como mientras lo hacía, dejé de llorar. Ya no recordaba por qué era.

Después de eso, mi padre salió de la cocina y ese fue el día en que nunca más lo volvimos a ver.

Por eso me acuerdo de ese momento tan intensamente. Más que por el mensaje que me trasladó, por lo que vino después y por cómo cambió mi vida y la de mi familia a partir de ahí.

Sigo mirando por la ventana, pero en realidad no veo nada. Me fijo en que ya no veo el libro. Me giro de nuevo hacia la niña, pero no está. Deben haberla recogido ya.

“¡Hola a todos! Betty, puedes pasar”, anuncia la misma Voz exageradamente simpática y contenta desde el marco de la puerta de esta especie de sala de espera.

No sonrío como el señor de antes, simplemente me levanto y camino hacia ella de forma neutra, porque hay algo que me hace no fiarme de este sitio. Ya fuera de la sala busco a la niña de forma casi inconsciente, pero no la veo por ninguna parte.

Bienvenidos a Radio City – Fin de la parte 1

Bienvenidos a radio City – Parte 2

Creo que caminamos hacia el estudio donde van a entrevistarme, espero que para hablar de mi novela, pero intuyo que me han hecho venir por otro motivo que desconozco y eso me da miedo.

“Perdona, ¿cómo te llamas?”, le pregunto a la Voz mientras caminamos.

“¿No sabes cómo me llamo?”, me responde sonriendo condescendiente. “Soy la presentadora de la sección de personas anónimas, ¡Carla Bandi!”, me dice como si yo tuviera que responder algo como, “¡¿Qué?! ¡No me lo puedo creer, soy fan tuya de toda la vida, estoy emocionada! ¿Me firmas un autógrafo?!”. O algo parecido.

“Ah, ¿sabes dónde ha ido la niña que había en la sala?”, le respondo en cambio.

Hemos llegado al estudio, pero nos quedamos en la puerta y me señala una silla en la sala de control técnico donde hay dos mujeres trabajando muy concentradas. ¿Tengo que volver a sentarme a esperar antes de pasar?

“Siéntate un momento y pasaremos ya”, responde sin responder a mi pregunta, mientras yo me siento y ella coge su móvil, “¿qué niña?”.

Parece que me ha escuchado y eso me sorprende. “La niña que había en la sala de espera”.

“Hola, Mike, perdona, ¿tienes las respuestas de mañana?”, habla con alguien al teléfono. “No he visto a ninguna niña, lo siento”, me responde mientras se marcha de nuevo siguiendo la otra conversación. “No, no hablaba contigo–”, mientras desaparece de mi vista.

“Hola Betty”, me giro hacia un chico que lleva muchos papeles en la mano y parece muy ocupado, que se presenta como Martín y me pasa –según me explica mientras lo hace– unas posibles respuestas que solo son ideas que podrían ayudarme a responder si no sé muy bien qué decir. Les gusta ayudar a las personas entrevistadas y sobre todo si son tan jóvenes –otra vez– para que no nos sintamos incómodas ante un micrófono y además así el programa es más ameno. Con estas ideas para respuestas, no hay dudas, evitamos balbuceos, eliminamos aburrimiento y un largo etcétera de explicaciones que dejo de escuchar en algún momento, para empezar a traducir en mi cabeza lo que hace este programa con las “personas anónimas”, que es básicamente evitar la verdad y eliminar la autenticidad.

“No las necesito, gracias”, le interrumpo mientras él sigue contándome la aproximadamente décima excusa por la cuál yo no debería ser yo, a lo que Martín se queda muy sorprendido y además se le caen algunos papeles.

En ese momento, llega silenciosamente –diría que sigilosamente– la Voz, que no me acuerdo cómo se llamaba. “¿No necesitas qué?”.

“Hola…, –¡nombre, nombre!– eh… las respuestas”, digo mientras Martín se levanta y recompone, con los papeles que ha recogido de nuevo en sus manos, y dice muy nervioso, “son ideas para las respuestas que –”.

“No, Betty”.

La Voz –¿cómo se llamaba?–, pero ahora con otra voz muy diferente de la que ha estado usando, interrumpe a Martín y me fijo en que este aprovecha para desaparecer disimuladamente.

“Debes tener esta lista de ideas muy presentes. Es para evitar –“.

“Sí, ya sé”, esta vez interrumpo yo, “balbuceos, dudas y cosas de este tipo”. De esta forma, dejo el tema porque necesito zanjar ya todo esto.

“Perfecto, todo arreglado”, de nuevo sale a relucir la Voz exagerada y sospechosamente alegre y simpática. “Entonces, pasemos al estudio”.

Por fin. Entramos. Martín está sentado en una de las sillas ante un micrófono y con unos grandes auriculares puestos, leyendo sus papeles y de nuevo parece que disimulando o muy tímido. Hay otra mujer que me parece igual que la Voz… –¿Cómo se llama? No consigo acordarme–, también sentada ante un micrófono y con unos auriculares, aunque ella no lee como Martín, sino que me mira muy concentrada y sonríe como si fuera a comerme viva –no sé de dónde ha salido eso–.

Me siento donde me indican, también delante de un micrófono, y empiezo a buscar el nombre de la Voz escrito en algún lado. Si es la presentadora, su nombre aparecerá por aquí en algún sitio y seguro que cuando lo vea me acordaré.

“¿Qué estás buscando?”, me habla la que paso ahora mismo a llamar Voz 2, porque es casi igual. Siento que ambas me cuentan la misma mentira.

Cuando voy a responder, veo a través del vidrio de la puerta del estudio a la niña. Mirándonos. La miro también y le sonrío. Ella me devuelve la sonrisa. Parece más alegre. La Voz 2 mira hacia la puerta y luego se gira hacia mí extrañada, “¿estás bien?”. La Voz se da cuenta y se acerca, “vamos a empezar, ¿qué está ocurriendo?”, pero nadie tiene tiempo de responder porque se oyen unas señales horarias. Mejor, quiero empezar y sobre todo acabar ya.

La Voz empieza a dirigirse a la audiencia y de repente me acuerdo de su nombre, “¡Carla!”, sonrío. Al instante me doy cuenta, ¿lo he dicho en voz alta? ¡Y a través del micrófono! No puede ser, miro a todos, todos me miran, Martín sonríe, pero enseguida se pone serio disimulando como siempre. Vuelve la vergüenza, pero esta vez me siento más fuerte y segura. Miro a la niña de la puerta que sigue sonriéndome.

“¡Vaya, parece que tenemos a una fan en el estudio! Enseguida hablaremos con ella, ya que es nuestra persona anónima invitada de hoy”, dice por el micrófono y sigue con lo suyo.

Vuelvo a mirar hacia la puerta, pero ya no veo a la niña. Pero si hace un segundo estaba. Me giro y la veo en la cabina de control técnico. De repente, entiendo cómo ha podido llegar ahí en un solo segundo y también entiendo su familiaridad.

“¿Betty, me oyes?”, la Voz con nombre Carla me está increpando y me saca de mi mundo, el que mi padre decía que impedía que me hicieran caso. La miro seria, sí, voy a responder. La niña ahora está a mi lado, la miro y le cojo la mano. Ambas estamos más calmadas. La Voz 2 me mira con cara de reprobación mientras Martín y las dos mujeres del control técnico me sonríen como mi niña.

Bienvenidos a Radio City – Fin de la parte 2

Bienvenidos a Radio City – Parte 3

“Te oigo, Carla, ¿tú me oyes a mí?”.

“Claro, precisamente estamos aquí para que nos cuentes sobre tu padre, Betty, dinos”.

“¿Mi padre? ¿Quieres que te cuente sobre mi padre?”.

Carla se está incomodando, pero no me importa, la niña se sienta encima de mí y desaparece, pero no desaparece, ya que está más que nunca conmigo.

“Sí, os abandonó, ¿verdad? Cuéntanos, ¿cómo fue?”.

“Mi padre…, mi padre…”, no me salen las palabras y miro a las mujeres del control técnico, que me sonríen y me animan con su actitud. “Mi padre me llamaba Elisabeth”.

“Bueno, eso es irrelevante…“, dice la Voz 2 muy sonriente, pero yo sigo como si nadie hubiera hablado.

Entonces les cuento con detalle que no soy anónima y que mi padre me dijo un día que nadie me hacía caso, que a él tampoco, que eso era “Porque tu eres como yo, estás más dentro de ti que fuera. Por eso pasas desapercibida”. Así que decidí escribir lo que había dentro de mí, “y para eso he venido, para hablar de mi novela, que estoy a punto de acabar y que cuenta cómo la vida es una y da igual en qué momento estés cada vez”.

“No sé si mi padre nos abandonó, no sé nada, pero vosotros tampoco. Si quiere regresar, regresará y sino, no. Lo único que podemos hacer es escucharnos y sobre todo decirnos la verdad: que estoy aquí con un micrófono delante de mí gracias a todo lo que he vivido”.

“Espero que leáis mi novela, que todavía no lleva título, pero que probablemente será, No paso desapercibida, porque es así, al menos para mí, que soy la persona más importante de mi vida. ¿Os gusta?”, concluyo muy convencida y segura mientas me levanto de la silla sin esperar respuesta, aunque oigo el “¡sí!” de Martín y su tímido aplauso.

Carla también se levanta nerviosa y, con la otra voz, me dice que no me vaya, que no hemos acabado, que están buscando información del paradero de mi padre y que , con su ayuda, probablemente podamos reencontrarnos, que ellos conseguirán lo que llevamos años deseando –yo no deseo nada de todo eso que me cuenta–. La Voz 2 se ríe a carcajadas mientras grita, “Pero ¿cómo va a escribir una novela con… ¡quince años!?”, aunque por suerte la oigo desde lejos porque ya estoy en la puerta de salida de Radio City. Y tengo diecisiete.

Oigo unos pasos, Martín viene detrás de mí con papeles, los deja en un contenedor y sale antes que yo. “Gracias”, me dice sonriendo sin parar de caminar a la vez que yo salgo al mundo, salgo a mí, por fin satisfecha.

Paso por la ventana de la sala de espera, miro mi reflejo en el vidrio y veo a una niña de doce años que, cómo no, también me sonríe.

FIN

Bienvenidos a Radio City