La caja bajo el árbol

La caja bajo el árbol

Maria Rotger

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Probemos a… "Elegir" Buscadores de magia con Maria Rotger

https://mariarotgerauthor.com/probemos-a-elegir/Probemos a pretender que hemos elegido nuestra vida y centrémonos en dar cada siguiente paso. Lee el texto aquí Texto y voz Maria Rotger Fuster
  1. Probemos a… "Elegir"
  2. La caja bajo el árbol
  3. Probemos a… "Arrepentimiento"
  4. Bienvenidos a Radio City
  5. Los invitados de la señora Finn

Copyright © 2022, Maria Rotger Fuster

No sabemos que podemos hacer vivir a nuestros personajes hasta que nos los encontramos de cara, preguntándonos sobre su existencia o mostrándonos un mundo, el suyo, que si no fuera por nosotros, nunca hubiera existido.

B.T.A.

La caja bajo el árbol

Gala y yo llegamos tarde, caminamos rápido y no estamos hablando, hasta que algo le hace pensar en la colina. En la colina y en la casa.

‘Nunca hablamos de la casa de la colina’.

‘No, ya lo sé’.

‘Pero fue muy importante durante un tiempo. Hasta que tú decidiste –‘.

‘¿Por qué te has acordado ahora?’, interrumpo a mi amiga con otra pregunta, porque no quiero hablar del tema.

Cada vez caminamos y respiramos más rápido, así que hablamos entrecortadamente.

Entonces me responde hablando todavía más rápido, creo que para que para evitar que la interrumpa de nuevo, ‘me acuerdo mucho, porque algo me dice que nuestras experiencias quedaron en suspenso y que debemos recuperarlas. Pero tú no quieres volver, ni siquiera hablar de ello. Tampoco me explicaste el motivo que te llevó a no querer regresar. Fue tan repentino que me dio casi miedo. Además…’.

Gala se detiene de pronto, claramente porque necesita descansar y yo también me detengo y me giro para mirarla, mientras la animo a seguir, ‘¿qué?’.

Sin esperar a que responda sigo caminando, creyendo que me seguirá, pero la oigo en la distancia que acabo de poner con mi marcha veloz.

‘Eva me habló de la casa ayer’.

Ahora soy yo la que se detiene de golpe y esta vez no me giro, porque necesito procesar lo que me acaba de decir. Miro hacia delante y oigo sus pasos hacia mí, ahora lentos, pausados, guardando la calma que sé que no tiene.

Gala siempre ha querido que volviéramos a la casa de la colina o que al menos habláramos de esa época de nuestra vida.

Entiendo su inquietud, porque todo fue muy repentino, pero le agradezco que preserve mi silencio. Sabe que si no quiero hablar de esos días es por algo.

Con Gala me siento cómoda, sé que no tengo que decir nada para que me entienda y sé que me respeta, tanto como yo a ella.

* * *

‘¿Y qué te dijo Eva?’, pregunto todavía sin girarme, mientras siento la presencia de Gala que ha llegado a mi lado.

‘Que ella visita a menudo la casa de la colina’.

Sin responder, sigo caminando, esta vez sin prisas. Mi amiga está a mi lado y camina junto a mí en silencio. Sé que necesito hablar con Eva.

‘Llegamos tarde’, digo, porque es verdad que llegamos tarde y porque necesito cambiar de tema.

* * *

Hemos quedado esta tarde con algunas amigas, precisamente porque es el cumpleaños de Eva. No tenía muchas ganas de ir, pero ahora siento la urgencia de llegar lo antes posible y aclarar el motivo por el cual visita a menudo la colina. Pero, sobre todo, saber por qué se lo ha dicho a Gala. A Gala y no a mí.

No me fío de Eva, como no me fío de saber más sobre la casa de la colina, como tampoco me fío de nada que no pueda controlar. Con Gala puedo ser yo, por eso me fío un poco más de ella que de los demás.

No suelo confiar en nadie, porque el miedo a que me hagan daño supera cualquier tipo de confianza que pudiera tener en quien sea.

Con Eva todavía es peor, porque me ha dado motivos para no fiarme. Eva no sé quién es o sí lo sé, pero no lo quiero saber. No lo quiero saber por miedo, otra vez.

Cuando éramos pequeñas, mi amiga Gala y yo nos imaginábamos viviendo en la casa de la colina, ¿cómo debía ser la casa cuando se construyó, cuando la habitaba alguien? Lo visualizábamos y nacían historias. Me acuerdo de muchas de ellas, porque las escribía y después las destruía sabiendo que se harían realidad.

De pequeña pensaba que todo lo que una persona creaba en su mente se convertía en realidad si hacías algo para que así fuera. El único problema era que no sabía qué era eso que podía convertir los sueños en realidad.

Gala nunca supo y sigue sin saber que empecé a escribir historias porque encontré un viejo cuaderno con notas, en la casa de la colina, que nunca le enseñé.

No sabe que al abrir el cuaderno sentí que todo el mundo se convertía en algo que no supe definir, como si la realidad se hubiera transformado en otra realidad diferente, más amplia, con más aire, con más espacio para respirar y tiempo para pensar.

Tuve esa sensación mientras Gala estaba en la parte de la cocina, analizando cómo debían cocinar y vivir los antiguos habitantes de la casa. Yo estaba en un salón donde había una estantería con papeles y algunos libros que ya casi no lo parecían, de tan antiguos que eran y tan deshechos debido al tiempo que llevaban ahí.

‘Ven’, me dijo alzando la voz desde la cocina, ‘fíjate en cuántas cosas han quedado para cocinar y mantener alimentos, también utensilios para comer y beber, muchos recipientes, creo que herramientas o algo así, no sé qué es exactamente esto… Ven y verás’.

Pero yo no fui y hoy Gala ni siquiera sabe que la oí, pero no pude prestar atención a lo que me decía porque estaba dentro de esa sensación de que el mundo se había convertido en una realidad diferente. Pero no sabía si eso me estaba pasando solo para mí. Y fue entonces cuando encontré el cuaderno.

Ese día empecé a escribir historias, hasta que pasado un tiempo metí en una caja la mejor historia. La que quería que se cumpliera.

Una historia que cuenta la vida de una mujer muy joven que vive en la casa de la colina y que tiene la habilidad de quitar los miedos de cualquiera que se le acerque.

No sabía qué tenía que hacer para cumplir las creaciones de mi mente en realidad, pero tenía que probar algo.

Enterré esa caja bajo un árbol cerca de la casa, como si así protegiera la historia y la dejara durmiendo en el sitio al cual pertenecía.

A partir de entonces, nada fue lo mismo y Eva apareció y yo no volví a la casa de la colina.

* * *

Fue Eva quien me dijo que no regresara. Eva me dijo que alguien me haría daño si regresaba. Y yo la creí, porque siempre tengo miedo a que me hagan daño y no me atreví a arriesgarme. Era muy joven e influenciable, además de insegura, así que le hice caso. Hice caso a alguien que casi no conocía y que nunca he llegado a conocer realmente. Eva, que llegó sin avisar y que se convirtió en alguien esencial en nuestras vidas, sin que supiéramos qué había venido a hacer.

‘¿Quién me va a hacer daño? ¿Por qué? ¿Cómo lo sabes?’.

Tenía muchas preguntas para Eva, pero no me respondió a ninguna. Sigue sin responderme a nada de lo que le pregunto. Cambia de tema constantemente y se va en silencio antes de que pueda seguir la conversación. Quiero pensar que es por eso por lo que no me fío de ella, pero sé que hay algo más.

* * *

‘¿Sabes quién la compró?’, me pregunta Gala cuando estamos llegando al parque donde hemos quedado.

‘No sé. Nadie, imagino. Creo que nadie sabía quiénes eran los propietarios, había algún problema de herencias que me explicaron en casa, pero no sé muy bien, no me acuerdo’, estoy un poco incómoda hablando de ello, ‘¿sabes si Eva cumple dieciséis como nosotras este año?’.

‘¿Qué quieres decir? Claro. Tiene nuestra edad, ¿no?’.

‘No sé. A veces pienso en si conocemos realmente a las personas y con ella esta sensación se intensifica, porque llegó como de la nada y entró en nuestras vidas casi sin explicarnos nada de la suya’.

* * *

Llegamos al parque donde hemos quedado. Ya están todas, pero Eva no. Es extraño, pero nos da igual al principio porque estamos animadas, hablamos y nos reímos mientras esperamos a que llegue a celebrar con nosotras su cumpleaños. Pero pasa el tiempo y no llega ni responde a nuestras llamadas y mensajes.

‘¿Has vuelto a la casa?’, me pregunta Gala un poco apartadas del grupo. La miro y le respondo sorprendida, porque está insistiendo mucho.

‘No’, no quiero seguir hablando del tema y mi amiga parece especialmente interesada en hacerlo, así que le respondo y espero que deje de preguntarme, ‘bueno, hace años pasé un día, todo estaba igual, el tiempo no pasa en la colina y todavía menos en la casa, pero cuando empecé a verla de lejos, retrocedí. Demasiados recuerdos’.

‘¿No te acercaste?’.

Niego con la cabeza, demasiados recuerdos, demasiados sueños, mi historia, la caja bajo el árbol. La caja bajo el árbol. A lo mejor ha llegado el momento de desenterrarla y dejar los miedos, porque Eva no ha venido y porque me fío de ella menos que de nadie.

¿Por qué tengo que hacer caso a los miedos? Y más cuando esos miedos me los traslada alguien que no tiene nada que ver conmigo, que llegó un día y lo cambió todo. ¿Qué derecho tenía? Puede que tenga razón y que ir a la colina me haría daño. Ahora ya no soy la niña que se encontró cuando llegó a este sitio. Ahora ya tengo dieciséis años y entiendo mejor mis miedos. Siguen ahí, pero al menos los entiendo.

‘Bueno, parece que Eva no va a venir’, concluye una amiga.

‘¿Le debe haber pasado algo?’, pregunta otra.

‘No sé, a lo mejor deberíamos pasar por su casa a preguntar’, propone una tercera.

Mientras el grupo de amigas deciden ir a casa de Eva, me dirijo a Gala, ‘¿quieres ir a la casa?’.

‘Sí claro, vamos con ellas, ¿no?’.

‘Digo a la casa de la colina’.

Gala me mira muy sorprendida e ilusionada, ‘por favor, ¿vamos, de verdad?’.

Quiero responder, pero escuchamos una conversación en el grupo de amigas que nos llama la atención.

‘¿Cómo que no lo sabes?’.

‘Eras tú quien siempre ibas a su casa’.

‘Vamos a ver, ¿qué estáis diciendo?’.

‘¿Nadie sabe dónde vive?’.

‘Parece que no’, respondo desde lejos, nuestras amigas miran hacia donde estamos Gala y yo, pero no nos hacen mucho caso, porque siguen a lo suyo.

‘¿Y ahora qué hacemos? Sigue sin responder’.

Me giro hacia Gala, ‘a lo mejor tienes razón que ha llegado el momento de volver a la colina’.

Vamos hacia la colina y no puedo estar más emocionada. Esos años significaron mucho para mí, porque allí construí mi yo. Un yo que quedó sin terminar y que hoy en día sigue igual.

Vemos la casa desde lejos, sigue abandonada.

Cada paso es un acercamiento a mí misma y a lo que significa para mí crear algo y vivirlo. Creo que Gala me está hablando, pero no entiendo sus palabras, porque regreso a esa sensación de que el mundo se ha convertido en una realidad distinta. La diferencia está en que hace años no sabía si eso me estaba pasando solo para mí y hoy lo sé. Solo me está pasando a mí, aquí y ahora.

Llegamos al árbol, para el cual no han pasado los años. Empiezo a hacer un agujero en la tierra con las manos, veo que Gala me mira, pero sigue hacia la casa mientras me dice algo que no entiendo, porque no estoy ahí.

No encuentro la caja, miro hacia la casa y veo a Gala acercándose a la puerta. Justo en el momento que Gala va a abrir, la puerta se abre y Gala se queda quieta. Hay alguien dentro, ¿cómo puede ser? Sigue abandonada. Siento algo, miro hacia el agujero que estoy cavando y veo la caja. Estoy segura de que antes no estaba, pero ya nada me parece extraño. Vuelvo a mirar a Gala y no la veo. Quiero abrir la caja, pero no me atrevo, así que la cojo y camino hacia la casa.

La puerta está abierta, llevo la caja, ya no tengo miedo porque sé cómo hacer que mis sueños se conviertan en realidad. Solo tengo que enterrarlos debajo de un árbol. O algo así me servirá.

Entro en la casa, llamo a Gala. Está en la cocina, voy y me sonríe.

‘Está todo igual’, me dice.

‘Veo que has podido abrir la puerta’.

‘Sí, he tenido que empujar un poco, pero he podido’.

‘¿Has visto a Eva?’.

Gala mira a los lados sorprendida, ‘¿Eva está aquí?’.

Sonrío, ‘no lo sé’.

Dejo a Gala pensativa y me dirijo al salón, abro la caja y saco la historia.

Una historia que cuenta la vida de una mujer muy joven que vive en la casa de la colina y que tiene la habilidad de quitar los miedos de cualquiera que se le acerque. Miedos que convierte en realidad para que me enfrente a ellos. Y yo he sido quien ha creado esa historia.

Leo los papeles y ahí está Eva, abriendo la puerta de su casa de la colina, hablándome en silencio de miedos y habitando la casa.

Cuando ves el miedo, te das cuenta de que no es nada.

Bárbara Telvi. Autora.

La caja bajo el árbol de Maria Rotger
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