Los invitados de la señora Finn

Los invitados de la señora Finn

Maria Rotger

Escucha esta y otras historias en mi podcast:

Probemos a… "Elegir" Buscadores de magia con Maria Rotger

https://mariarotgerauthor.com/probemos-a-elegir/Probemos a pretender que hemos elegido nuestra vida y centrémonos en dar cada siguiente paso. Lee el texto aquí Texto y voz Maria Rotger Fuster
  1. Probemos a… "Elegir"
  2. La caja bajo el árbol
  3. Probemos a… "Arrepentimiento"
  4. Bienvenidos a Radio City
  5. Los invitados de la señora Finn

Copyright © 2022, Maria Rotger Fuster

Los invitados de la señora Finn – Parte 1

Toco a la puerta y quedo a la espera. Estoy muy nerviosa.

Oigo unos pasos. Respiro profundamente. ¿Por qué estoy tan nerviosa?

Estoy comprando en Deli Corner, la tienda delicatessen a la que me permito ir cada semana. Es el único sitio que ofrece ciertos productos que me regalo y que comparto con mi familia. La vida son esos pequeños detalles del día a día, ¿no es así?

Aunque no sé si será el último día en que podré hacerlo. Todavía oigo sus palabras, las que me han dejado sin respiración y me han hecho entrar en otro mundo, “Lo siento, Lana, ya sabes cómo están las cosas y tu puesto era de los nuevos. Ya nos gustaría a nosotros poder mantenerlo”. Eso no podía estar pasando, he sentido como si estuviera soñando.

Entra alguien y todo el mundo se gira. Acaba de entrar la señora Finn. Sé que todo el mundo ha mirado, pero están disimulando, como yo misma.

Un señor que estaba comprando a mi lado me ha sonreído con complicidad y me ha guiñado un ojo, implicando, “es ella”. Sin saber si la conozco o si es mi tía. Le he sonreído y he seguido a lo mío.

“Disculpa, ¿has probado esos pepinillos?”.

Miro a la señora Finn, que se está dirigiendo a mí. El señor del guiño me hace gestos con los ojos, abriéndolos mucho y luego la boca. Lo miro y la señora Finn se gira hacia él, a lo que el señor se da contra una torre de patés, se oye un estruendo y los botes quedan esparcidos por el suelo de la tienda.

Un empleado y varios clientes van a ayudarlo y él me mira con cara de reprobación. Pero, ¿qué he hecho yo?

“¿Lo conoces?”.

La señora Finn me está observando, mientras espera una respuesta y yo no sé qué decir.

Al fin, los pasos cesan y la puerta se abre. Un señor me sonríe, “¿Lana?”.

“Sí, soy yo”.

“Te estábamos esperando. Pasa”.

“Gracias”, estoy un poco más tranquila.

Entro en la magnífica entrada. Hay un árbol de Navidad inmenso, que casi llega al altísimo techo. Una enorme escalera de piedra, que conduce al segundo piso, preside la estancia y hay poca cosa más. Algún mueble, sin nada encima.

Es una mansión extremadamente elegante y sobria al mismo tiempo.

Sigo al señor que me ha abierto la puerta. Lleva un esmoquin impecable. Yo me he vestido de forma elegante, pero creo que no alcanzo el nivel de la fiesta a la que estoy acudiendo.

“¿Conocerlo? No, no… Antes me ha hablado, pero nada importante”.

“Parece que hoy los desconocidos te hablan”, me responde la señora Finn. Siento un escalofrío y me pregunto por qué.

“Sí”, sonrío, no sé qué decir sobre el tema, así que lo cambio, “disculpa, ¿qué me preguntabas?”.

“Esos pepinillos, te preguntaba porque me ha parecido que querías cogerlos, pero solo queda un bote”.

“No, no, cógelo sin problema”.

Siguiendo al señor del esmoquin, pienso en cómo se dirigió a mí la señora Finn. No me preguntó si iba a coger los pepinillos, sino si los había probado.

Para conseguir algo, a veces es más fácil enfocarlo indirectamente.

“Pasa”.

Entro en la ingente sala, ¿de baile? Ignoro cómo llamarla. Hay mesas con comida y bebida, camareros y camareras atendiendo, un cuarteto de piano, contrabajo, batería y voz interpretando música navideña a ritmo de jazz, otro árbol de Navidad tan grande o incluso más que el de la entrada, impecablemente decorado, luces… ¿Qué es esto? ¿Qué estoy haciendo aquí?

Busco no sé muy bien a quién, porque seguro que no conozco a nadie. Veo a la señora Finn hablando con un grupo de personas.

Absolutamente todo el mundo va vestido de etiqueta. Yo no tengo etiqueta, pero creo que paso desapercibida.

Voy a comer o beber algo, me quedaré un rato y me marcharé, porque no tengo ganas de sentirme incómoda mucho más tiempo.

“Gracias”, me sonríe y coge el bote de pepinillos.

La señora Finn sigue su recorrido por Deli Corner y yo tengo la misma intención, pero cuando estoy eligiendo unas aceitunas, noto que alguien se me está acercando. ¿Ahora qué? Me giro algo harta.

El señor del guiño se ha acercado más de la cuenta.

¿Sabes que hay personas que traen suerte?”.

“No sé”, sigo sin hacerle caso.

Me sigue y me habla, aunque en ningún momento creo haberle mostrado ni interés ni aprobación para que lo haga. Es una situación muy incómoda.

“Cuando alguien desprende surte, los jugadores nos acercamos”.

Vamos a ver, “oye, no acabo de entender –“.

Me interrumpe, “no es eso, no te preocupes, no quiero molestarte”.

“¿No es qué?”.

Me giro para ir a la mesa de las bebidas. Prefiero beber antes que comer, porque lo necesito más. Tengo la boca seca. Me giro rápidamente y me doy contra una persona.

“Perdona, ¿te he hecho daño?”. Pero no veo a nadie. Tampoco nadie está actuando de forma que pudiera hacer pensar que acabo de chocar con ella. Estoy buscando, sigo sin entender qué ha pasado.

“Lana, ¿cómo estás?”.

Ahora me giro hacia el otro lado, aturdida. La señora Finn me sonríe.

“Ágata”, sonrío, “bien, gracias. Una fiesta preciosa”.

“Veo que ya te has topado contigo misma”.

“¿Qué?”.

Todo el mundo conoce a la señora Finn. Su gran mansión, sus fiestas, sus invitados. ¿Por qué la señora Finn te invita a una de sus fiestas? Hoy lo sabré, o no, aunque algo me dice que en realidad no quiero saberlo. O sí.

Siempre esta incertidumbre. La vida no es sí o no, ni es saber lo que quiero. La vida es no saber nada.

“Los jugadores notamos el aura de las personas y tú tienes un aura de suerte”.

“No creo”.

“No, tú no lo notas. Lo notamos nosotros”.

“¿Nosotros?”.

“Los jugadores”.

“Ya. Bueno, mira, no sé muy bien de dónde viene esta conversación, pero me tengo que ir”.

“Ten cuidado, no te confíes. El aura de la suerte es temporal”.

“Podré vivir con ello”, respondo mientras voy a pagar.

Los invitados de la señora Finn – Fin de la parte 1

Los invitados de la señora Finn – Parte 2

“He visto que hablabas con alguien”.

“Sí, es que he chocado con una persona, pero luego no he visto quién era”.

“Diviértete, Lana”.

“Gracias. Por cierto –“.

“¿Sí?”.

“¿Qué tal los pepinillos?”. Me siento ridícula preguntando por unos pepinillos entre tanta elegancia, pero puede que sea la única conversación que voy a poder mantener en esta fiesta, así que no voy a desaprovechar la oportunidad.

“Sí, una excusa como otra cualquiera, ¿verdad?”.

Ahora sí que necesito respuestas.

“Ágata”, sigo preguntando, “¿en la fiesta jugáis a algo?”. ¿En serio estoy haciendo caso a lo que me ha dicho el señor del guiño?.

“Claro, tú también has venido a jugar. Vivir es jugar, Lana”.

Estoy pagando mis aceitunas. No estoy inspirada ni animada para comprar nada más, sobre todo hoy que he recibido la noticia de que ya no seguiré trabajando. Entonces, la señora Finn me da un sobre. Ha llegado el momento que temía. Quería, pero a la vez temía.

¿Por qué tengo miedo a lo que quiero, a lo que deseo?

“Es una invitación”.

“Ah, ¿para qué?”. Ya sé para qué y seguramente ella también sabe que lo sé, porque todo el mundo conoce sus fiestas, pero es difícil adivinar por qué a veces te invita sin motivo aparente. Yo nunca he hablado con un invitado, así que no tengo ni idea de qué pasa en esas fiestas.

¿Por qué busco ahora al señor del guiño? Ignoro el motivo por el cual quiero saber si ha visto cómo la señora Finn me entregaba una invitación. No sé por qué me está pasando todo esto.

Puedo no ir. Es una invitación, no una obligación.

Me atrevo a preguntarle, “perdona, ¿cómo te llamas? Me has invitado a algo sin conocerme, ni yo a ti”.

“Ágata, ¿y tú?”.

“¿Jugar a qué?”.

La señora Finn ya no me escucha.

“A descubrir qué partes de ti han venido a la fiesta”, me responde una señora que está a mi lado, aunque no me había fijado hasta ese momento. Ahora podré entender todo.

Le pregunto, de repente muy animada, “¿tú sabes por qué nos invita?”.

“Ágata siempre busca personas con un aura especial, que a veces solo ve ella”.

¿Tendrá razón? El guiñador también lo ha visto. “Y ese aura, ¿sabes si es temporal?”.

“Supongo que dura lo que tú quieras que dure”.

“¿A ti también te invitó así?”.

Uf, hace tanto tiempo que ya no me acuerdo de cómo llegué a estas fiestas por primera vez”.

Por supuesto, no me lo creo , pero si no quiere contármelo, no insistiré.

Sigue explicándome que, fuera com fuera, recuerda el principio difícil, pero que ahora ya forma parte de eso. Y que solo vienen a las fiestas las partes de ella que se están derrumbando. Termina de contarme eso y se marcha.

¿Formar parte de qué? ¿Solo vienen las partes que se estén derrumbando? Creo que no debo estar entendiendo nada, porque todo es muy confuso y extraño, pero en el fondo estoy empezando a entender qué hago aquí, aunque no sabría explicarlo con palabras.

El señor no me está mirando, pero tengo la sensación de que está disimulando. Seguro que ha visto que la señora Finn me ha dado una invitación.

Me voy de Deli Corner y abro el sobre. La fiesta es esta noche… , ¡¿qué?!

Llego a casa y voy hacia la cocina, donde está mi familia. Les cuento que esa misma noche me han invitado a una fiesta, mientras dejo el bote de aceitunas sobre la encimera.

Nadie me pregunta nada, pero yo sigo explicando que es una larga historia, que ya les contaré cómo vaya, que es una amiga de una amiga… No les explico que no tengo trabajo, que hoy me han dado la noticia, no explico que me ha invitado la señora Finn. No me atrevo y, de nuevo, no sé por qué.

Ya se lo explicaré mañana, cuando entienda lo que me está pasando hoy, que parece que he entrado en otro mundo, que parece que me espera algo diferente y no sé qué es. Que por fin siento que no tengo miedo ni a entender ni a no entender, que quiero saber más y que en el fondo sé que lo que me espera es mi vida, la que siempre ha estado ahí pero nunca he sido capaz de reconocer.

Le digo a la taxista que espere fuera, porque voy a estar poco tiempo. Me mira con cara de extrañada. Le digo, “es que no sé qué me voy a encontrar y prefiero poder irme enseguida que me sienta fuera de lugar”. Me mira con cara de más extrañada todavía.

“De acuerdo, mi trabajo consiste en no preguntar”, me responde, “pero vaya con cuidado, porque estos sitios pueden ser peligrosos”.

¿Peligrosos? Seguramente tiene razón, pero opto por no preguntarle por qué lo dice.

Sé que tengo que entrar.

Sé que tengo que salir.

Para entender mejor todo. La taxista me está esperando y arranca sin decir nada. Le digo que espere un momento.

Observo la casa en ruinas y respiro profundamente.

“¿Quiere que le pregunte cómo ha ido su visita?”.

Sonrío, “ha ido bien”.

“Ahí vivía la familia Finn, mi bisabuela conocía mucho a la señora. Solía venir a sus famosas fiestas”.

“Sí, la señora Finn dejó algo especial para sus invitados en esta casa”.

“Creo que la van a derrumbar. ¿Ha presenciado alguna vez un derrumbe controlado?”.

“Casi todos los derrumbes que he presenciado están muy lejos de ser controlados”.

La taxista sonríe.

Entro en casa, todos están dormidos. Voy a la cocina a beber agua. En la encimera sigue todavía el bote de aceitunas que he dejado, junto al bote de pepinillos.

Me voy a la cama sin derrumbes descontrolados, sin botes esparcidos por el suelo de una tienda y sin trabajo, pero sabiendo que llevo la suerte conmigo. ¿Qué pasa con eso? Así que dormiré tranquila, sabiendo que yo soy todo lo que necesito para seguir adelante.

FIN

Los invitados de la señora Finn

Subscribe to my newsletter and get a FREE COPY of my eBook!